Relatos ganadores de ESO y Bachillerato

Son tan bonitos que no podemos evitar compartirlos con vosotros. ¡Feliz Navidad!

RELATO ganador de 4º de ESO a 2º de Bachillerato. Escrito por la alumna Claudia Rodríguez, de 1º de Bachillerato A: Diario del defensor de Dios 

Miguel, descripciones generales y memorias

Mī kā’ ēl. Esta palabra tiene su origen en hebreo, aunque se tradujo posteriormente al latín. Tres vocales melódicas unidas en un sonido dulce, como el suave trino de un pajarillo en su nido. 

Hay 240.406 hijos de Dios en el mundo que se llaman Miguel, Michael o Misael, y demás variantes. Pero muy pocos de ellos saben el significado original de mi nombre (su nombre), el motivo de mi existencia, el que Dios escogió para mí con sumo cariño y cuidado. Mī kā’ el significa ¿Quién como Dios?. Pues la misión que mi querido Señor escogió para mí al inicio de toda la Creación fue la de ser su defensor, su guardián y su protector. Posteriormente me han ido dando otros títulos. Hoy también se me conoce (por la población que deja atrás la ignorancia, y se sumerge en la apasionante lectura del Génesis) como el Príncipe de las milicias celestiales. Tengo bajo mi cargo (lo que a veces, reconozco, es una tarea aparatosa) a cientos, miles de tropas de ángeles que mantienen a raya a los siervos del Maligno que intentan subir a la tierra a corromper las almas inocentes de los hijos de Dios. Y a veces lo consiguen. Si nosotros los soldados, cuando entrechocamos espadas con los demonios de Lucifer nos alejamos unos pocos vuelos del campo de batalla establecido (de la frontera), podemos escuchar los lamentos angustiosos de las almas que arden en el reino del fuego eterno, no queremos ni imaginar el tormento que es allí vivido. Por eso estamos en guardia constante, entramos día tras día a la batalla, defendemos hora tras hora el reino de Dios. 

Me gusta dirigir a los soldados. Son buenos compañeros, preparados para su misión. De vez en cuando se nos unen cadetes, antiguos ángeles de la guarda cuyos ahijados no han escuchado su consejo y han penetrado, siguiendo un falso sendero, al lugar donde no se tiene a Dios. Tienen un semblante triste, pero decidido, pues la misión de todo ángel es la esencia de su existencia. Por ello, ver al que cuidaron desde sus primeros pasos sufrir en el infierno no es dolor leve para ellos. Muchos se ofrecen como soldados, pues saben que la mejor causa por la que luchar es por la causa perdida. Me llena de orgullo ver su decisión en el campo, como se alegraría cualquier general de sus milicias. 

General. Esa palabra me gusta más que príncipe. Porque yo ya tengo un príncipe al que servir, un príncipe que no ha de tardar mucho en nacer. 

Miguel, veinticuatro de diciembre del año cero, en el portal. 

Hoy es mi primer día de guardia en la tierra. Estoy apoyado en un pesebre (toscamente hecho a partir de madera de roble) y relleno de paja. El portal en el que me encuentro dista mucho de ser el palacio en el que uno esperaría encontrar a un príncipe. Y sin embargo, durmiendo plácidamente en el mismo pesebre en el que me apoyo, se encuentra mi Niño, mi Rey y mi Señor. ¡Parece tan poquita cosa, suavemente acostado en la paja y envuelto en pañales! Y lo mismo pienso de su madre, quien apenas es una niña. Hasta entonces no la había visto, sólo Gabriel había tenido el gozo de mirarla. La vida en las trincheras requiere mucha atención, ésta es la primera vez que salgo a la Tierra desde los tiempos de Adán. Y a Rafa, a quien he vislumbrado entre los rebaños de los pastores, le sucede lo mismo. Estuvo un tiempo ocupado caminando junto a un tal Tobías, y ayudando a las almas lastimeras del Purgatorio. Se le ve feliz, conociéndole estará comprobando las condiciones sanitarias del establo (que no son muchas). Y Gabriel está tumbado sobre un montón de 

paja, junto a la Virgen, María, según la llama su esposo. Mi compañero no se despega de ella ni a sol ni a sombra, como si se hubiera convertido en su ángel de la guarda (ahora que me percato, solo he visto al de José, a quien le he dado un relevo). 

Y tú, mi niño precioso, ¿a quién tienes cómo ángel? Yo estaría muy dispuesto a serlo, si me permites. Si bien es verdad que no entiendo de pañales, algo sé sobre hacer reír a un muchachito con la mirada de un rey. Y facultades defensoras no me faltan. De hecho, esa es la principal razón por la que estoy aquí. Dios nos dijo a los arcángeles que hoy, veinticuatro de diciembre del año cero, bajásemos a hacerte compañía aquí abajo. Gabriel y Rafael fueron enseguida, pero a mí me retuvo Dios algo más, para hablarme sobre un asunto pendiente. Y te lo voy a contar, mi Señor, porque sé que tú no temes ni a la muerte ni al eterno Siervo del Mal. Lo cierto es que este pueblo queda bajo mando del rey Heródes, quien escucha más a los demonios que consiguen pasar a la tierra que a su ángel de la guarda. Vive en un fastuoso palacio, afortunadamente a unos cuantos días de aquí. Según me ha dicho Dios, puede decidir atacarte y borrarte de su camino pues la codicia y la soberbia le han nublado la vista, y no alcanza a ver nada más allá de su propio mandato. Cuando mi Señor me lo ha contado, tenía en los ojos esa mirada triste de quien sabe que van a morir pronto inocentes… 

Pero tú, mi Príncipe, no te preocupes que conmigo aquí (y con los ángeles que he dispuesto a lo largo y ancho de Belén) no te pasará nada. Además, cuento con tu padre de la Tierra, con José, que no te quita los ojos de encima ni a ti ni a tu madre. No ha soltado su cayado, y está atento, vigilante desde la sombra. Seguro que Dios debe de tenerle mucho aprecio, porque me parece idóneo para criarte junto a tu madre. Y he hablado con los custodios de los sabios que han venido a verte. Me han narrado su encuentro con Heródes cuando se dirigían hacia aquí, pero tomarán otro camino para la vuelta, tampoco quieren que te pase nada. Me ha sorprendido mucho verlos aquí. Estos tres sabios, (astrónomos, según se les llama hoy en día) han viajado mucho para ver a la estrella más brillante de la creación acostada en un pesebre. 

Veo que te estás despertando, mi Jesús. Será mejor que siga escribiendo en silencio en mi diario, no quiero interrumpir tu sueño. Pero no te preocupes, que seguiré atento para que nada te suceda. 

Dios, comentario sobre este diario, y ciertas explicaciones. Posdata. Cuando vi el diario de mi arcángel, que tantas veces ha defendido mi nombre, no pude resistirme y dejé esta pequeña nota sobre la noche del veinticuatro de diciembre. Ahora el diario completo está expuesto en el puesto de mando, cerca de los campos de batalla (y no muy lejos de la frontera), para que cualquier ángel que lo desee pueda leerlo y recuperar el coraje necesario, pues aquí solo aparecen algunos fragmentos. Yo bajo también cada veinticuatro de diciembre a leerlo, cuando ningún demonio se atreve a salir, pues esta noche está reservada para Jesús. Y Yo, atento también a lo que sucede en el portal, leo las anotaciones que un arcángel escribió para mi Hijo. 

RELATO ganador de 1º a 3º de ESO. Escrito por la alumna Carla Sádaba de 3º de ESO B: El guardian de la Luz 

Era una noche tranquila, de esas noches que parecen más silenciosas que otras, como si el cielo mismo contuviera el aliento. Sin embargo, en el corazón de Belén, mi corazón latía fuerte. Mi mente corría, pero mi cuerpo estaba cansado. Cansado de caminar, cansado de esperar, cansado de todo. Pero no había nada que pudiera detenerme en ese momento, nada que pudiera impedirme estar allí.

María, mi esposa, estaba a punto de dar a luz. Su belleza y su tranquilidad, a pesar del cansancio del viaje, me llenaban de una extraña fuerza, de una calma que no lograba comprender. La miraba con ojos llenos de preocupación y admiración. No había lugar para nosotros en ninguna de las posadas de Belén; la ciudad estaba llena de gente, todos habían acudido para el empadronamiento ordenado por el emperador. Pero para nosotros, para mí y María, no había sitio. Solo una estancia humilde, un rincón de un establo, donde podíamos refugiarnos y donde ella podía dar a luz a nuestro hijo.

Había oído hablar a los pastores de una insólita estrella que brillaba en el cielo, pero estaba demasiado preocupado para mirar hacia arriba. Deseaba que las cosas fueran diferentes, que todo fuera más fácil para María. Pero ella, en su dulzura, nunca se quejaba. Su sonrisa, aunque fatigada, me daba fuerzas. Yo, en cambio, temía no ser lo suficientemente bueno para la tarea que se me había encomendado. Sentía que mi misión era grande, demasiado grande, y que el destino de ese niño cambiaría el mundo.

Entonces llegó el momento. María respiró profundamente. El niño estaba por nacer. En ese instante, el mundo entero pareció detenerse. El tiempo mismo parecía doblarse, como si el cielo y la tierra se tocaran. El niño nació, y con él nació una nueva luz en el mundo. No sabía cómo describir la sensación que me invadía. No era solo un niño que nacía, sino algo mucho más grande, algo que tocaba el alma.

Lo miré, lo tomé entre mis brazos, sintiendo el calor y la suavidad de su respiración. Era perfecto, pero no era un niño cualquiera. Había algo grande en él, algo que no lograba comprender por completo, pero que sentía en lo más profundo de mi ser. María me miraba; sus ojos estaban llenos de afecto. Teníamos a nuestro hijo, pero ese niño era mucho más de lo que hubiéramos podido imaginar.

En la oscuridad del establo, de repente el cielo se abrió y un coro de ángeles llenó el aire con una melodía fascinante. Los pastores llegaron, asombrados y llenos de gozo, y se arrodillaron ante el niño. Ellos lo entendían. Entendían que el niño que yo tenía en los brazos era el hijo de Dios. Yo era el padre de un niño especial, un niño que traería la paz al mundo.

«Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad», cantaron los ángeles. Y en ese momento, todo pareció tener sentido. Incluso las dificultades, las preocupaciones, los sacrificios de esa larga noche. Todo se desvaneció frente a esa presencia, a esa luz que despedía nuestro hijo.

Cuando los demás se marcharon, regresando a su vida, a su rutina, yo me quedé allí, en ese portal, con María y nuestro hijo. El mundo parecía diferente, pero la verdad era que nada volvería a ser igual. La esperanza que traía consigo ese niño me daba la fuerza para seguir adelante, incluso cuando todo parecía oscuro. Comprendí, aunque de manera imperfecta, que esa noche no era solo el nacimiento de un niño. Era el nacimiento de una nueva era, el nacimiento de una luz que iluminaría el camino de toda la humanidad.

Y así, en ese pequeño rincón de Belén, con el corazón lleno de gratitud y asombro, supe que mi tarea, por difícil y grande que fuera, era ser el custodio de esa Luz, de ese niño, que se convertiría en el Salvador del Mundo.

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